top of page
Post: Blog2_Post
Buscar

Bailar Bajo la Lluvia de Honduras

  • Foto del escritor: Angela Domenech
    Angela Domenech
  • 11 jul 2023
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 6 nov 2023



Hace ya 15 años terminaba mi carrera universitaria y lo tenía claro, quería irme a hacer mi primer voluntariado.


Así como surgen las mejores cosas de la vida, apareció inesperadamente una chica en mi vida que empezó a hablarme de su experiencia en Honduras.


Aun recuerdo aquellas fotos de aguas cristalinas, arenas blancas y palmeras que me enseñó, y la ilusión de poder compaginar semejante paraíso con ayudar en proyectos humanitarios.


3,2,1…Decisión tomada.



2 meses mas tarde puse todos mis ahorros en aquel billete a Tegucigalpa y me subí a un avión de dudosa seguridad, acompañada de dos amigos que había conocido ese año de Erasmus en Italia.



“Válgame la Macarena” era lo único en lo que podía pensar cuando llegué a esa ciudad unas 50 horas más tarde.


Nada en el mundo que yo hubiera visto se le asemejaba.


Los 3 mirábamos sin pestañear los edificios derruidos, las calles llenas de escombros. Parecía una mezcla entre fabelas y la guerra más cruel. Devastación. No se veía el final.


Los niños descalzos y sucios iban solos por la calle protegiéndose de los perros llenos de sarna. Por no hablar de las niñitas que vivían en cada esquina.


Vamos, que el panorama era para enmarcar.


Los cables eléctricos allí donde eran afortunados de tenerlos, lucían decorados con zapatillas deportivas rotas colgando que servían como trofeos para mostrar a quienes habían asesinado las maras.


Un sueño todo.



Allí,

en medio de esa maravillosa imagen, estaba mi casita donde me esperaba una ducha con agua fría cuando la había, un colchón en el suelo y rejas alrededor de toda la casa y cada ventana.


Debíamos permanecer cerrados tras esas rejas no más tarde de las 7 de la tarde.


Alli,

desde esa casa, escuchaba los disparos por las noches y rezaba xq los ruidos de cristales que se oían fueran de alguien q tan solo quería robar el vidrio para venderlo y no entrar en busca de algo más.


Alli también,

viví la trágica experiencia de no poder volver a casa en 2 noches xq un niño de 9 años había matado a nuestro vecino de 12 y toda la mara se encontraba en su puerta esperando para matarlo.


La jolla de 12 había violado a la hermana del de 9 para luego ir a buscarla cuando supo que se había embarazado y arrancarle el feto con sus manos.


Allí mismo,

en medio de todo eso, había un niño, se llamaba Daniel.


Tenía 4 años y preguntaba por su padre cada noche porque un día se fué y jamas volvió. Él le esperaba sin saber que los hombres de entre 30 y 40 años tienen más probabilidades de ser asesinados que de vivir en territorio de maras.


Para él, como para casi todos, su padre era inmortal y su héroe.


Allí.

Daniel decía que de mayor iba a estudiar para ser veterinario. Su madre apenas tenía para el arroz diario.



Después del shock inicial, una hondureña con mucho desparpajo vino a buscarnos a las 5 de la mañana para ir a conocer el primer proyecto en el que colaboraríamos.


Algunos niños de entre 2 y 5 años nos ayudaron a cruzar el río de aguas fecales que ellos cruzaban cada mañana y que daba paso a la escuelita.


Todo a su alrededor había sido arrasado por el huracán Mitch hacía ya 10 años.


Las secuelas aun eran evidentes.


En ese proyecto nos quedamos un par de semanas y fue quizás el más sencillo de digerir.


Yo me quedaba a veces embobada mirando los piojos del tamaño de un gato saltar por las cabezas. Pero a parte de eso, ayudaba un poco también. Muy poco. Dá igual lo que hiciera. Era poco.


Me gustaban los Viernes porque era día de duchas y los niños eran taan felices oliendo bien.


También los Viernes había una parte mala. Ese día las madres acompañaban a los niños porque también a ellas les dábamos comida.


No era malo porque venían ellas en sí, era malo porque ellas intentaban regalarme a sus hijos, y porque también ellas les robaban los platos de comida.


Para que nos pongamos en situación de la necesidad que pasaba esa gente.


Allí

entre madres que sobrevivían poniendo a trabajar y robando comida a sus hijos y los padres que violaban a sus hijas, estaba yo.


Aun pensando en aquellas islas que había visto en las fotos y que al parecer estaban en algun lugar cerca de allí.


Me parecían demasiado lejanas ahora.



En fin.


No entendía que era aquel lugar, no entendía porque aquellos niños olían pegamento, no entendía porque estaba lleno de gente enferma tirada en la calle.


No entendía


No lo entiendo


No entendía como iba a poder seguir mi vida como si nada.


No lo entiendo


Y sobretodo no entendía cómo bailaban, cómo reían, cómo me ofrecían su arroz, cómo aun soñaban con ser veterinarios.



Una tarde, hacía un calor inhumano.


Bueno, no solo esa tarde, siempre, pero esa tarde también hacía un calor inhumano.


Caminaba rumbo a casa como quien camina por el desierto y empieza a ver charcos de agua inexistentes. En mi mente solo se proyectaba la imagen de una ducha.


Esa ducha de agua helada que caía por mi pelo lleno de vinagre para evitar piojos como gatos, que caería hasta mis piernas limpiando los restos de aguas fecales y el barro, era lo único en lo que podía pensar.


Aun recuerdo la sensación de alivio que rondaba aquella cabeza que fantaseaba con duchas heladas.


Y entonces, por cuarto día consecutivo, abrí el grifo de la ducha y no, no cayó ni una sola gota de agua. Giré hacía el otro lado porque la esperanza es lo último que se pierde…nada. Nothing. Ni rastro.


No dije mucho, no hice mucho. Ese era ya mi estado habitual.


La verdad aun no sé si era mejor mi estado o el de mi compañera, que se pasaba 24 horas al día con una risa nerviosa. Se me contagia ahora cuando lo recuerdo.


Entré en la casa con mis dos amigos, echamos las rejas y abrimos una cerveza, sabiendo que corríamos el riesgo de que alguien viniera más tarde a robarnos el vidrio.


Nos daba igual. Era el único momento en que la tensión abandonaba un poco nuestro cuerpo.


Escuchamos un estruendo afuera.



Una vez entendimos que no era la guerra sino lluvia, nos asomamos a mirar cómo en cuestión de segundos la tierra árida se convertía en charcos.


Allí los tifones llegan sin avisar y caen como si fuera una metralleta arrasando muchas de esas casas que no tienen cimientos.


No lo dudé. Abrí la reja y salté. Ahí estaba mi ducha helada.


Flipé con la rapidez con la que me empapé. Sentía estar en una piscina. El agua fría me hacía saltar. Mis dos compañeros me acompañaron, champú en mano.


Tengo un recuerdo perfecto de los 3 empapados, saltando, y riendo y frotando con el champú.


Alguien entró por la puerta en ese momento. Los 3 nos quedamos helados ya que habíamos abierto las rejas. Y había vidrio.


Eran Daniel y su hermana, tambien querían jugar.


Durante aquellos 10 minutos se me olvido el miedo, el sueño, el mal olor y todo lo feo q había visto esos días. Solo importaba ese niño radiante que quería ser veterinario y la sensación de no querer que ese tifón se terminara.


Ese mes viví muchas cosas, borré de mi mente algunas y entre otras, aprendí una:


Aprendí a bailar bajo la lluvia.


¡Desliza hasta abajo y suscríbete a mi blog!






 
 
 

1 comentario

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
Invitado
12 jul 2023
Obtuvo 5 de 5 estrellas.

Ay Dios mío!!! Y tú ibas a la isla del concurso de supervivientes... Muchos besinos cariño 🥰🥰

Me gusta
bottom of page